El otro día estuve allí con mi marido, le cortaron el pelo, aceptablemente.
Pero viendo como peinaban a dos chicas, a qué ritmo, y con qué arte, me parece que a mí no me van a ver el pelo (nunca mejor dicho) por allí.
No sabía que una carpeta, con fundillas de plástico, llenas de fotos de peinados de dudoso gusto, otorgaran clase a una peluquería... y menos a una persona.