Salgo a la calle esquivando heces.
Evitando animales, que se acercan a la carrera.
Me ladran y me incomodan. Animales casi siempre sueltos, fuera de horario (si, en las ordenanzas se recoge un horario). Supongo que sólo quieren jugar, olisquear un poco... pero no soy su dueño, y no tengo certeza de sus intenciones.
Evito acercarme a las papeleras. Casi siempre llenas de bolsas con sorpresa y pañales...
pañales que no han sido usados por ningún infante.
Las praderas de los parques ya no son áreas de esparcimiento, se han convertido en campos minados, en un problema sanitario.
Asisto diariamente a comportamientos "tan poco cívicos" como camuflar las heces con hojas secas para no recogerlas. (Y de paso que algún incauto, pise, resbale y se rompa la crisma)
Pago impuestos para limpiar unas calles que permanentemente huelen a orínes y heces.
Para reponer soportes de farolas, señalización y mobiliario urbano degradados prematuramente por deposiciones de canes.
No, los dueños de perros no son víctimas de ninguna injusticia, son agresores.
Hoy, 31 de diciembre después de la cena y antes de las uvas, encontraré un hueco para celebrar con mi hijo el fin de año de una forma tradicional. Bajaré al descampado a tirar malditos petardos, cohetes...y en general cualquier tipo de artefacto pirotécnico permitido por la legislación.
Posiblemente, al igual que el señor Rovira, algún vecino animalista se sentirá muy agraviado por la supuesta ansiedad y pánico que presumiblemente vamos a ocasionar a su "compañero".
(Por cierto, preocupación que a lo largo del año, nunca es bidireccional)
En tal caso, le recomiendo al vecino que se plantee si su “compañero” está donde debiera: si su tan querido animal nació para vivir encerrado en un piso, en nuestra ciudad,
Editado por C.Galiana 31/12/2019 18:31