El problema no es el perro ni la incineración ni la falta de permisología. Es más, deberíamos erigir una estatua al perro en una de nuestras rotondas con una espada de Damócles sobre su cabeza como recordatorio perpetuo a la negligencia gubernamental.
El verdadero problema es aquel gobierno que importa una enfermedad mortal contagiosa e incurable a una ciudad densamente poblada justo antes de la temporada de gripe (donde los síntomas iniciales se confunden con ébola), desoyendo las recomendaciones negativas al respecto de expertos en cuanto al nivel de las instalaciones y la capacitación del personal, puesto que al existir más huéspedes potenciales cerca, mayor es la capacidad de mutación del virus y no siendo un recinto de guerra bacteriológica, como el CDC.
En 1989, una cepa del ébola fue capaz de infectar a monos en sus jaulas desde cerdos infectados en laboratorio, por el aire. No recuerdo el nombre de la cepa, pero sí de que la enfermedad puede y ha mutado en el pasado (cosa que afirma una tal Dr. Sanders en EEUU). Si buscáis en internet está el vídeo del hombre en cuestión.
Si el perro fue incinerado ya es un tema secundario. ¿Se ha hecho el seguimiento del personal que manipuló su cadáver? ¿Se ha hecho una revisión del emplezamiento? ¿sus cenizas donde están? Hay restos óseos? ¿está el personal en cuarentena? ¿vive aquí en Miramadrid o hacen vida en los centros comerciales o centros públicos de Paracuellos, como por ejemplo un gimnasio o una piscina?
Visto lo visto, los únicos que pueden atender a personas infectadas son aquellos que han sobrevivido a la enfermedad por su propio sistema inmunitario. El resto somos carne de cañón.
Eso es lo importante, y no el tema del papeleo.