Hasta el moño de Halloween. O Jalogüín, como decía aquel. O séase que llega el día de Difuntos y, en vez de ir al camposanto a ver a la abuela, aquella santa, hemos de disfrazarnos de calabaza o pintarnos la cara de zombi, como esos americanos atiborrados de manteca de cacahuete. Y a esto lo llaman progreso. Tócate un pie.
A mí me caen bien mis muertos. Los quiero. De verdad que no me imagino a la tía Blasa levantándose de su tumba, allá en el pueblo, y circulando por la calle envuelta en harapos negros –ella, que era tan mirada para esas cosas-, con las costillas descarnadas al aire y un ojo colgando de la calavera, asustando al personal. Que sí, que la tía Blasa tenía sus cosas, pero al final acabó como todos hemos de acabar. Es ley de vida. Hace falta una mente rara, rarita, para pensar que los muertos, nuestros muertos, son gente que vuelve una vez al año para meternos el miedo en el cuerpo aullando a la luna. Te digo que estamos perdiendo el oremus.
Y luego está lo de la americanada, claro. Si esto no es colonización cultural, que venga Dios –el dios de aquí, el castizo- y lo vea. Yo tengo un vecino muy rojillo que no se pierde una manifestación contra los americanos (es verdad que, desde que manda Obama, se le han pasado los furores, pero, como él dice, que le quiten lo bailao). El caso es que este tipo, al que no se le caía de la boca el “yankees go home”, llega Halloween y viste a sus niños (dos) de calabaza americana. Y yo le digo: “¿Pero tú no eras antiamericano?”. Y él me dice: “¡Que sólo es una fiesta, mujer!”. Y yo le digo: “Pues claro, gorrinillo mío. Eso es lo malo y no te das cuenta: que sólo es una fiesta. Ya sé que si viniera un pelotón de marines saldrías a la puerta de tu casa escopeta en mano, como todo español que se precie, pero los americanos no te invaden con marines, sino con costumbres. Y tú te dejas”. Y él ya no me dice nada: pone cara de bobo y sigue fabricando disfraces de calabaza para los niños. Pobrecicos míos.
La esposa del susodicho, que tiene estudios, se pone intelectual y te dice que lo que está haciendo es rememorar el antiguo samhain de los celtas, fiesta ancestral donde el mundo de los muertos entra en contacto con el de los vivos. Que dice que lo ha visto en la Wikipedia o no sé qué. Y que por eso se disfraza de la madre de la familia Monster. Y digo yo: ¿qué tendrán que ver los druidas con la familia Monster? Da igual. La cosa es que una servidora, que tiene biblioteca, ha buceado en los grandes estudiosos de lo celta, como Christian J. Guyonvarc’h y Françoise Le Roux –esposos y residentes en la Bretaña antes de morar bajo tierra-, y allí he descubierto que, a decir verdad, sabemos muy poquito de lo que tenían dentro los celtas cuando celebraban tal o cual cosa. Quepodemos imitar las formas externas, pero es imposible repetir el color del alma. Y desde luego, que ningún druida se disfrazaba de señora Monster.
Lo peor, de todas maneras, es que Jalogüín se haya convertido en obligatorio. Mira, querida mía, lo que le ha pasado al cura ese de Cádiz, el delegado de las cofradías, que se le ocurrió prohibir a las hermandades que celebraran Halloween y se ha montado tal escándalo que el obispo ha tenido que salir a pedir perdón. O sea que, ahora, criticar Halloween es como blasfemar. Y ahí tienes al personal, todos vestidos de broma macabra, borreguitos siniestros, marcando el paso al ritmo que marcan los grandes almacenes. Y con la bendición del obispo de Cádiz. Viva España.
Mira, reina: haz lo que te dé la gana. Disfrázate de calabaza o de Bruja Avería o de Lily Monster, si quieres. Lo más que te puede pasar es que te meta mano algún concejal de Podemos disfrazado de Frankestein. O Esteban González Pons ataviado de Freddy Krueger. Yo lo que te digo es que el 1 de noviembre, llegando Todos los Santos, me voy al cementerio a ver a la tía Blasa, me compro una bandeja de buñuelos y otra de huesos, y me bajo de youtube el Don Juan de Paco Rabal y Concha Velasco, para cumplir con la tradición. Y miraré por la ventana y veré la luna en la noche oscura del alma, y sentiré que mis muertos están ahí, conmigo, y sabré que, tarde o temprano, iré con ellos. Que seguramente era lo mismo que sentían los irlandeses en samhain. Sin vestirse de gilipollas. Con perdón.