Sea que prefiramos el término «urbanidad», sea que nos decantemos por el de «civismo», parece que en ambos casos nos estamos refiriendo a un idéntico objeto, esto es, al conjunto de cualidades y disposiciones necesarias e indispensables al ciudadano, que en verdad lo sea, en orden a la convivencia con los otros, o lo que es igual, en orden a la vida en la ciudad. Hablamos, pues, de una serie de normas que, tanto en lo que atañe al cuidado de nuestra persona y aspecto externo, como en lo tocante a los modales y otras cuestiones relativas a la forma de nuestro obrar, hacen posible que el trato con los demás no constituya una auténtica pesadilla ; y si bien no llegaría yo al extremo de afirmar que sin ellas la vida en sociedad resultaría imposible (de hecho, parece que se estén perdiendo paulatinamente, y aquí seguimos), sí es seguro que la harían profundamente desagradable.
el guarro, en sentido estricto ; aquél que debe su nombre al cerdo (la voz guarr- o gorr-, del cual deriva es, en efecto, sonido onomatopéyico que imita el gruñido de dicho animal. Lo que no deja de ser injusto para éste, ya que, después de todo, un cerdo no es un guarro: es un cerdo).
La guarrería es, a partes iguales, una falta de higiene y de limpieza. El guarro, ciertamente, es sucio ; que aloja tanta mugre en su cabeza como en su culo:
Las colillas y demás enseres de suciedad acaban por resultar también insalubres ; no sólo para él, sino, también para el prójimo, Y en lo que a los placeres de la limpieza se refiere, no es la guarrería una buena compañía con la que acudir al envite, cómo acabe éste, es otro asunto que a nadie importa (no es preciso llegar al extremo de no despeinarse siquiera en el evento), pero debes comenzarlo limpio y aseado, es decir, no me gusta una urbanización sucia, pero tampoco necesito que brille.