LAS VERDADES DE PACO EL POCERO

¿Qué pasaría si se dejaran de conceder licencias de construcción en España?

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Las verdades de El Pocero

JOSÉ MARÍA GARCÍA-HOZPOR JOSÉ MARÍA GARCÍA-HOZ
«SI antes de enero no me dan licencias para construir, tres mil trabajadores se irán a la calle» ; sin haberlo llegado a explicitar públicamente, ése es el desafío que de forma indirecta o en conversaciones con periodistas ha formulado Francisco Hernando Contreras, por mal nombre El Pocero, que el martes pasado organizó una rueda de prensa-mitin para protestar porque el alcalde de Seseña (Toledo) está retrasando licencias municipales para la construcción de una previamente autorizada megaurbanización, cuyas 13.500 viviendas y 50.000 habitantes la convertirían en un núcleo de población más grande que la mayoría de los pueblos españoles.
En todo caso y despejado de su aroma pendenciero, se advierte que el conflicto de El Pocero con el alcalde de Seseña es un fidelísimo trasunto de la realidad económica nacional de los últimos diez años: si se dejaran de conceder licencias de construcción, la economía española sufriría un colapso que la dejaría paralizada y del que le costaría muchos años recuperarse. No hay que decir que semejante colapso se traduciría en un inmediato y espectacular aumento del paro (el 15 por ciento de los empleados españoles trabajan en la construcción), así como en un fuerte crecimiento de la insolvencia bancaria que pondría en situación difícil a aquellos bancos o cajas que hubieran concedido demasiadas hipotecas.
En esta cuestión, toda insistencia es poca: la presente prosperidad económica de España se debe esencialmente a la construcción y si, por cualquier razón, dejara de construirse, el tinglado se vendría abajo. Cuando proliferan las denuncias sobre corruptelas y corrupciones urbanísticas, cuando hay medios que abren una «linea caliente» en internet para que quien quiera denuncie el abuso que padece, cuando el primer pringaíllo se autodenomina ecologista y con esa credencial puede paralizar obras de cientos de millones, o cuando los partidos intentan montar un escándalo ante cualquier sombra de duda en la actuación del contrario, es inevitable sentir un escalofrío por nuestro futuro económico.
Vivimos de la construcción y al mismo tiempo repudiamos tal dependencia. Quizá sea por el insoportable tufo de corrupción que despide el sector. En todo caso, estaríamos ante una esquizofrenia parecida a si los suizos protestaran contra el secreto bancario: levante usted el secreto bancario y la Confederación Helvética quedará reducida a su primitiva condición de paraíso de las vacas, alternativa ciertamente admirable, siempre que se acepte que la ganadería no permite un nivel de vida equiparable al que proporciona el sector financiero con secreto incluido. Se debe luchar contra la corrupción urbanística, igual que contra el narcodinero que se refugia en el secreto bancario, pero atacar indiscriminadamente a la promoción inmobiliaria puede producir averías muy serias.
Sufro como cualquiera el amontonamiento de personal en las costas españolas, añoro como el que más los plácidos puertos de pescadores y los idílicos pinares de las sierras, pero una pequeña dosis de realismo advierte que ya son muy pocos los españoles que admiten vivir de las faenas de pesca, del pastoreo o de las labores del campo... Esos durísimos trabajos, que exigen demasiadas horas y retribuyen con muy poco dinero, quedan para los inmigrantes, sobre todo si no tienen papeles.
Esquizofrenias aparte, el problema de fondo podría enunciarse como la torpeza de la sociedad española para encontrar sectores de actividad capaces de sustituir a la construcción como motor de la economía. Esa realidad también quedó reflejada en el mitin de El Pocero el martes pasado: «Cuando llegué a Seseña sólo había un señor con un burro y otro con un carro». Lástima que la visión del páramo manchego, en lugar de inducir a El Pocero a construir una ciudad dormitorio más grande que Seseña, no le provocara montar una réplica de Bangalore, unos estudios de televisión, o una fábrica de chips para ordenadores, o un laboratorio farmacéutico... Pero, como decimos los castizos, si mi abuela tuviera pedales, no sería mi abuela, sería una bicicleta.
josemaria@garcia-hoz.com.

http://www.abc.es/20061121/opinion-firmas/verdades-pocero_200611210304.html