El dilema del Rey
Zarzuela trabaja en su intervención más trascendente mientras el Gobierno espera un mensaje "inequívoco y sin ambigüedades" sobre la necesaria estabilidad institucional y el reproche a Juan Carlos I
Esther Palomera
19 de diciembre de 2020 21:45h
Felipe VI no es Jorge VI. Ni es tartamudo, ni necesita un logopeda, ni ha de declarar ninguna guerra. Pero, como el rey de Inglaterra en 1939, tiene ante sí un discurso trascendental. Para España y para la monarquía parlamentaria. No es una intervención cualquiera. Si hay un año en el que hay que escuchar el mensaje de Navidad del monarca es este. El país está pendiente. No por saber de sus deseos para el nuevo año, ni por comprobar su aflicción por los estragos causados por la pandemia, ni por escuchar una vez más su compromiso con los principios y valores constitucionales. Lo único que interesa ya es saber si entrará o no en el fondo de la cuestión siendo este el comportamiento "perturbador" de Juan Carlos I, su antecesor en el trono, su padre… En definitiva, el hombre que envenena sus sueños y que ha arrastrado el prestigio de la institución, de España y el suyo propio por el mundo con sus negocios turbios, su obsesión por el dinero y sus comportamientos deshonestos.
Su alargada e inquietante sombra ha vuelto a proyectarse sobre la Corona estos días, después de que se conociera que había pagado cerca de 700.000 euros para regularizar su situación con Hacienda por gastos de distinto tipo abonados con tarjetas black tras su abdicación cuando ya no era inviolable. Del patrimonio que acumuló durante 40 años, de las cuentas en paraísos fiscales o de las presuntas comisiones ilegales cobradas aún no ha dicho nada. Ni antes ni después de expatriarse a los Emiratos Árabes, donde vive encerrado en "una jaula de oro", con severas limitaciones físicas y "fuera de control porque ya no escucha a nadie", según la versión gubernamental.
Hace días que Juan Carlos I amagó con regresar a España por Navidad, según se supo por algunos de sus amigos más cercanos y sin que Felipe VI y el Gobierno tuvieran conocimiento alguno de sus intenciones. De nuevo, en Moncloa y en Zarzuela saltaron todas las alarmas. Un regreso del emérito en plena ofensiva de Unidas Podemos contra la monarquía, con tres investigaciones judiciales abiertas en Suiza y en España y con una desconexión entre la Corona y la ciudadanía más que notable, caería como una bomba de neutrones sobre la ya de por sí convulsa situación política. Al final, se ha sabido que el propio Juan Carlos I ha comentado con quienes mantiene contacto telefónico permanente que no regresará hasta pasadas las fiestas "para no complicar aún más el mensaje navideño" de Felipe VI. Eso sí, a quien quiere escucharlo le transmite que se siente "dolido e injustamente tratado" por las instituciones de su país, por su propio hijo y por los españoles. "Solo habla del servicio prestado a España durante 40 años, pero nunca del daño causado", apostilla un miembro del Gobierno que entiende que del comportamiento actual y futuro de Juan Carlos I dependerá que "pueda pasar sus últimos días dignamente o morir sin honor".
Apoyo sin fisuras del Gobierno
Desde que se fue de España el pasado agosto, el Gobierno niega haber transmitido indicación alguna a Felipe VI sobre la conveniencia o no de un regreso del emérito, si bien es consciente del daño que causaría a la Corona en este momento sin estar resuelto antes el asunto de dónde vivirá, ya que no se contempla en absoluto que regrese a la que fue su residencia oficial durante 40 años. Lo que no se oculta en el Ejecutivo es la inquietud que le suscita el deterioro causado a la institución y las consecuencias que pueda tener sobre el reinado de Felipe VI después de la acumulación de escándalos y de demasiadas señales de que el emérito "ha perdido todo contacto con la realidad y con los límites morales, éticos, políticos e institucionales". De ahí que el presidente del Gobierno manifieste en público cada vez que tiene ocasión su apoyo sin fisuras a la jefatura del Estado y el "papel intachable" del actual monarca. Moncloa incluso había previsto una agenda compartida del rey y Sánchez en sendos actos en Madrid y Barcelona para los días previos al mensaje de Navidad, que hubo que suspender finalmente como consecuencia de la cuarentena que el presidente se ha visto obligado a guardar después de que Macron diese positivo en COVID-19 unos días más tarde de almorzar con él en el Palacio del Elíseo. El objetivo era salir al rescate después de la ofensiva de sus socios de Unidas Podemos en el Gobierno, que llegaron a difundir un vídeo hace días comparando la Corona con los narcos, y que molestó profundamente a los socialistas del Gobierno. "No hay mayor precio político que el que pagó ya con la abdicación por todos sus errores y a Felipe VI no se le puede imputar el pasado de su predecesor como jefe del Estado", añaden.
Un debate poco realista sobre la república
Nadie sabe lo que Sánchez habla con el rey durante los despachos habituales, pero sí que en las conversaciones ordinarias entre Presidencia y la Casa Real –las últimas han tenido lugar esta misma semana– desde el Gobierno se ha apuntado al personal de Zarzuela la oportunidad de que Felipe VI incluya en el mensaje televisado del día 24 una alusión expresa a la situación por la que atraviesa la Corona y marque "un punto de inflexión nítido" respecto al comportamiento y el daño causado por Juan Carlos I. El rey es consciente, aseguran en La Moncloa, de la situación actual, del daño causado por Juan Carlos I y de que la institución tiene que dar "un mensaje de tranquilidad acorde a la estabilidad del país y del sistema que, retóricas políticas aparte, funciona". Otra cosa es que haya debates sobre una república imposible con la actual representación parlamentaria e "innecesarios además en tiempos de pandemia". Y, desde luego, Felipe VI no es ajeno al unánime reproche social a los comportamientos del emérito.
Hay quien dice que la historia nunca se repite, pero que en ocasiones se parece mucho y que igual que Juan Carlos tuvo que romper con su padre para salvar la Corona, según la voluntad de Franco, ahora será Felipe VI quien tenga que hacer lo propio con el suyo, no por voluntades ajenas –que haberlas haylas– sino por salvar la institución que representa. De alguna forma en Zarzuela creen que ese paso ya se dio con el comunicado de marzo en el que el rey retiró la asignación económica al emérito y renunció a la herencia que le pudiera corresponder de las fundaciones opacas mientras que en el Ejecutivo algunas fuentes consideran que sería conveniente que vaya más allá. No tanto en lo material sino en lo ético y en lo emocional con algún gesto que le pueda reconectar con la sociedad. He ahí el dilema del rey: elegir entre seguir anclado en el pasado y a un rey que usó la jefatura del Estado para un enriquecimiento irregular y obsceno o garantizar la estabilidad y el futuro de la monarquía; encadenarse al padre y a una institución de usos y costumbres decimonónicas o pensar en las perspectivas de la heredera al trono y sentar las bases de una monarquía moderna y más pegada a la realidad social. Apostar, en definitiva, por la familia o por España.
Un discurso que lee antes el Gobierno y también el PP
En Zarzuela son tan conscientes del deterioro que atraviesa la institución como de que Felipe VI se juega en buena parte su credibilidad ante los españoles con el discurso de Navidad, que consideran de más trascendencia incluso que el de su coronación. Pero siendo fieles al hermetismo y la opacidad habitual no han dado señales de la senda por la que el rey está dispuesto a transitar cuando se dirija a los españoles antes de la cena de Nochebuena, ni hasta dónde está dispuesto a llegar en el reproche, no al padre, sino al emérito.
Más allá de leyendas urbanas sobre el control del Gobierno sobre los discursos del rey, lo cierto es que Moncloa tan solo recibe unos días antes de la grabación del mensaje el texto redactado en Zarzuela que envía de vuelta a la Casa Real si acaso con alguna sugerencia o anotación menor. Por cierto, que el principal partido de la oposición recibe el texto en el mismo momento que el Gobierno. Así ha sido siempre. Y se hace por cortesía tan solo con el discurso navideño. "Podemos sugerir alguna idea o indicar que sería conveniente reforzar tal o cual idea. Es un derecho y es casi una obligación del Ejecutivo que, luego, el rey atiende o no según su voluntad", explican desde el Ejecutivo.
El pasado viernes el texto aún no había llegado a Moncloa, a pesar de que la grabación del mensaje está prevista para este martes. Lo habitual es que se remita a Presidencia del Gobierno con 24-48 horas de antelación, por lo que se esperaba que pudiese llegar a lo largo del fin de semana para que Moncloa pueda dar el visto bueno. El contexto no puede ser más adverso. A las andanzas del emérito se unen en esta ocasión uno de los climas políticos más polarizados de la democracia, las ensoñaciones golpistas de algunos militares retirados, el bloqueo y la politización de un Consejo General del Poder Judicial con mandato caducado desde hace dos años y el empeño del PP y de Vox por patrimonializar la figura de Felipe VI y convertirlo en el rey de las derechas sin que hasta el momento el jefe del Estado haya hecho nada para desmarcarse de tan peligrosa estrategia. Por eso y por lo que está en juego, en el Gabinete de Sánchez creen que el discurso puede ser una "oportunidad de oro" para Felipe VI "si se eleva y es capaz de llegar al corazón de la gente" o una "ocasión perdida" si de lo que habla es otra vez de los valores constitucionales. De lo que no tienen duda es de que cumplirá con la expectativa y de que incluirá tres cuestiones ineludibles: un intento de tranquilizar al país, el reproche al anterior monarca y los inquietantes movimientos de varios ex mandos militares contra el Gobierno, un asunto este último que al rey no preocupa en exceso porque atribuye a un sector muy residual de las Fuerzas Armadas comprometidas plenamente con la democracia y su función constitucional. Este último asunto, no obstante, será materia más extensa del discurso de la Pascua Militar el próximo 6 de enero, un acto en el que también interviene la ministra de Defensa, Margarita Robles.
Hasta en el sector de Unidas Podemos del Gobierno admiten que el del día 24 no es un discurso fácil y que haga lo que haga se situará en una posición comprometida. "Es complicado que rectifique una línea errónea en la que desde que llegó, en lugar de tejer alianzas con los sectores progresistas, solo ha emitido mensajes para la derecha política, judicial y social, lo que a nosotros por otra parte nos consolida en nuestra posición republicana", aseguran desde la coalición. Su recomendación: "Una Monarquía al servicio de la República", que traducido del lenguaje de Podemos sería que el propio Felipe VI se pusiera a la cabeza de la redacción de una Ley Orgánica de la Jefatura del Estado, aunque ello suponga abrir un debate que hasta el propio Pablo Iglesias admite que hoy por hoy no parece que se vaya a dar.
Sea como fuere, el discurso que lea el próximo jueves Felipe VI, como cualquier otro que se precie, no podrá obviar ni las leyes, ni las costumbres, ni los contextos de donde tiene lugar. Y en España hoy, el pasado, el presente y el futuro inmediato de Juan Carlos I se han convertido en un problema para el país, para el Gobierno y para Felipe VI.