A Pablo Casado se le agota el tiempo
Jesús Hellín | Europa Press
Gonzalo Bareño
05/01/2021 08:52 h
Aunque se le llame líder de la oposición, la responsabilidad y la misión de quien ostenta ese cargo no oficial no es oponerse a todo, bramar contra el Ejecutivo haga lo que haga y esperar tranquilamente a que a uno le llegue el turno por agotamiento o implosión del Gobierno. Es obvio que al hacer balance del curso político el foco debe estar en quien ejerce el poder y escribe cada día el Boletín Oficial del Estado. Pero eso no significa que no haya que examinar también la labor de la oposición. Y, en España, revisada esa tarea y comprobados los resultados, la nota que obtiene el líder del PP, Pablo Casado, es un suspenso que se mueve entre el insuficiente y el muy deficiente. Es evidente que en materia económica, fiscal o presupuestaria, un partido conservador nunca estará de acuerdo con un Gobierno muy escorado a la izquierda. Pero hay muchos otros asuntos en los que Casado no puede limitarse a decir que no le cogen el teléfono y a tronar cada día contra el Gobierno «socialcomunista». Su obligación es hacer propuestas, sentar a Sánchez a la mesa y lograr pactos de Estado entre el jefe del Gobierno y el líder de la oposición.
En la cuestión de Gibraltar, por ejemplo, Casado debió buscar el consenso, y no el conflicto. Desde que la ineptitud política de David Cameron condujo al brexit, la unidad política interna era clave para que España aprovechara una oportunidad histórica en el Peñón. El líder de la oposición tenía que haber exigido hace tiempo al jefe del Ejecutivo una reunión sobre esta cuestión para dejar claro que el Gobierno español tenía su apoyo total para mantener una posición de máxima firmeza y para vetar cualquier acuerdo que no abriera la puerta a la cosoberanía. Algo que habría reforzado la posición española frente al Reino Unido y la UE. En lugar de ello, ha dejado que el Gobierno negociara en solitario, sin implicarse, para descalificar luego el pacto alcanzado.
En otra cuestión capital para España, como la monarquía parlamentaria, Casado estuvo en Babia. Tras expresar su rechazo absoluto a cualquier ley de la Corona, comprobó que el propio Felipe VI impulsa una puesta al día. Y ahora, a remolque, el líder del PP apoya una nueva norma -que quizá él mismo debió proponer-, para afianzar la institución. Su papel debe ser de nuevo brindar al jefe del Gobierno una mayoría suficiente entre PSOE y PP para pactar una ley que reafirme la monarquía parlamentaria e impida que sus enemigos aprovechen para deslegitimarla. Y lo mismo cabe decir en la posición de líder popular en cuestiones como la pandemia o la ley de la eutanasia, en las que el jefe de la oposición no puede limitarse a esperar, ver y luego criticar.
Dos años y medio después de convertirse en presidente del PP, Casado tiene pendiente todavía la consolidación del liderazgo en su partido, no ha definido aún su modelo de oposición y no tiene el protagonismo político que le correspondería. Al presidente popular se le agotan el tiempo y las excusas. Sobre todo, porque es obvio que en su formación hay dirigentes con más cintura, experiencia, talla política y visión de Estado.