ANÁLISIS
ESPAÑA
Dos años del fin de la derecha tradicional
La manifestación a tres en la plaza de Colón sirvió como escaparate a Vox, que dos años más tarde ha sido capaz de diluir el mensaje propio de PP y Ciudadanos
JAVIER PARDO Miércoles, 10 de febrero de 2021
Imagen aérea de la Plaza de Colón durante la concentración convocada por PP, Cs y Vox por la unidad de España. Fuente: EP.
Encañonados por miles de objetivos, Pablo Casado y Albert Rivera unieron su destino con Santiago Abascal un 10 de febrero. Inmortalizados con semblante serio y rostro incómodo, ninguno de los dos fue capaz de prever entonces las consecuencias de aquella manifestación patriótica que cambió el rumbo de la derecha española. Este miércoles se cumplen dos años de aquella convocatoria que pedía elecciones argumentando que las cesiones al independentismo eran insostenibles política y socialmente.
Denunciando una traición al Estado de Derecho y a la propia Constitución Española, las tres formaciones convocantes se unieron en un acto simbólico que evidenció la carta elegida para derrocar a la izquierda. Entonces Vox seguía siendo una incógnita. Más allá del portazo en las elecciones andaluzas celebradas dos meses antes, el recorrido de la extrema derecha era impredecible y a sus futuros socios de gobierno en diversas autonomías aún les provocaba escozor reconocer que eran totalmente dependientes a sus voluntades.
La división del bloque, hasta el momento liderado con margen asumible por el PP, fue letal para sus aspiraciones venideras. Las elecciones reclamadas llegaron por partida doble (sin contar municipales y autonómicas), y el resultado es historia: el PP cayó en picado cediendo demasiado espacio a Ciudadanos en la primera cita, la de abril, para acabar salvando el cuello en noviembre y haciendo que los naranjas, previos vencedores en este juego interno de subidas y bajadas, quedaran descabezados y en proceso de liquidación.
Irreversible fue el proceso de escalada de la extrema derecha española. Aprovechándose del hartazgo con la clase política, incapaz de forjar acuerdos tras los comicios de abril, Abascal y su pléyade cercana pasaron de 24 a 52 escaños en seis meses. Pese al varapalo conjunto de la derecha fruto de la fragmentación del voto, losa demasiado pesada teniendo en cuenta el sistema electoral español, los ultras han vencido.
Primero acabaron con Albert Rivera, que, pese a tener en el centro político un nicho de mercado en auge, prefirió hacer caso a su instinto fallido. El sorpasso se lo dieron a él, y con ello la puntilla necesaria para que tras una corta meditación después del descalabro electoral se plantase en la sede de Ciudadanos entre lágrimas de sus correligionarios para decir adiós a la política.
Año y medio más tarde es Pablo Casado el que se ve obligado a pisar el freno y agachar la cabeza. Las elecciones catalanas son el tablero, y el popular ha pasado de pronosticar como imposible un adelanto de Vox a decir que Podemos también adelantó al PSOE en su momento y hoy Pedro Sánchez es presidente del Gobierno. Excusatio non petita, accusatio manifesta.
La extrema derecha española gozó de un escaparate de lujo hace dos años. Ya instalados, fustigan a sus compañeros de viaje diluyendo cualquier posibilidad de marcar perfil propio que se le ocurra a los equipos de PP y Cs. Y no les hace falta demasiado. Lo logran incluso con Garriga, candidato que no conoce siquiera el presupuesto de la Generalitat.