Un barrio en el que no hay NADA para adolescentes y en el que se veía ya desde hace años que la enorme población infantil se iba a transformar en población adolescente sin nada que hacer, más que estar en la calle.
Una asociación de vecinos que no reclamaba absolutamente nada de forma seria, acomodada como estaba en su situación de semi-academia y organizadora de festejos. Las mamis muy contentas porque iban a hacer Pilates a mitad de precio y clases de patinaje guay a costa de fastidiar a los que querían jugar al basket en la única cancha del barrio. Una cancha que ahora es solo para unos pocos, privatizada por un gobierno de izquierdas.
La nula capacidad que hemos tenido como barrio para reclamar, de forma colectiva, los servicios que nos deben por nuestros impuestos. Mucho más interesante es defender o poner a parir el quita y pon de la bandera.
El eterno criticar a los padres que no saben educar a sus hijos desde las redes sociales, pero luego, a la hora de la verdad nadie levantaba la cabeza cuando pasaba algo en la calle. La de discusiones que habré tenido yo con padres que aparcaban encima de un paso de peatones delante del cole y nadie decía nada, las cabezas bien agachaditas. Ahora, con el virus, tenemos a los policías de balcón, somos un país de extremos.
Ahora, muchos de esos “malos” padres irán al paro, sus hijos no tendrán un duro ni para coger el metro… ¿quién va a ser su cajero?
Yo crecí en un barrio parecido, clase media alta, sin servicios y nada que hacer para la población adolescente, con una pequeña diferencia: la droga, que estaba por todas partes. Y era la ostia, aunque afortunadamente hoy en día no estamos en la misma situación, aunque si ya hay menudeo, en un par de años no me lo quiero ni imaginar.