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Se estima que las luces LED blancas tienen cinco veces mayor impacto en los ritmos circadianos del sueño que las farolas convencionales, e importantes encuestas recientes señalan que la iluminación residencial nocturna más brillante se asocia con la reducción de las horas de sueño, la insatisfacción con la calidad del sueño, la somnolencia excesiva, los problemas de rendimiento durante el día y la obesidad.
De hecho, la ciudad de Davis (California), la cual ha empezado a cambiar sus farolas a LED, tuvo que frenar el proyecto debido a la cantidad de quejas recibidas por parte de los vecinos a causa de los deslumbramientos y las molestias en los ojos (a cierta temperatura de color (TC), las luces pueden causar daño a los ojos). Para que os hagáis una idea, una vela emite una TC de aproximadamente 1800K, mientras que una bombilla incandescente tiene una TC de aproximadamente 2400K. Algunas de las luces LED instaladas en Estados Unidos tienen una TC por encima de 4000K, cuando la AMA recomienda un máximo de 3000K.
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Entonces, ¿la solución es no mirar al futuro y dejar de lado la iluminación LED? Tampoco seamos extremistas, basta con minimizar y controlar el uso de la iluminación LED de alta intensidad de forma que emitan la menor luz azul posible, así saldremos ganando todos.
Fuente (interesante todo el artículo, a mi modo de ver).
Saludos.