AQUI LO TIENES
JUAN JOSÉ MILLÁS
EL PAÍS | Última - 14-11-2003
Hay en España más de tres millones de viviendas en cuyos dormitorios no
folla nadie porque están vacías. Tampoco tiembla en sus tendales la ropa
íntima recién lavada a mano ni por sus pasillos corren los niños en
triciclo. El aire de sus habitaciones se pudre como el agua estancada. Si
con los retretes de todas esas viviendas hiciéramos un solo y gigantesco
retrete, no podría evacuar, pese a su diámetro, las heces mentales que han
dado lugar a esta situación. Si con todas sus bañeras construyéramos una
sola bañera, tampoco cabría en ella el cuerpo del delito. Y si con los
hornos de todas sus cocinas construyéramos un solo y formidable horno, no
alcanzaría el tamaño del infierno que nos merecemos.
Pero cuanto más pútrida es su atmósfera, mayor es la cotización de estas
casas. Sus dueños calculan cada día el grado de corrupción del aire y
apuntan los beneficios en un libro. Nadie llamará nunca a la puerta de
estas tristes moradas, porque no se diseñaron para ser habitadas, sino para
especular con sus oquedades. Imaginemos que, mientras la gente muere de
tuberculosis, los laboratorios farmacéuticos acapararan, sin poner a la
venta, los antibióticos capaces de terminar con ella. Los antibióticos
estarían cada día más caros y sólo los enfermos con muchos recursos podrían
acceder a ellos. Supongamos que en esta situación de emergencia sanitaria
el Gobierno, en lugar de tomar medidas radicales para evitar la
especulación con un bien de primera necesidad, defendiera el derecho a la
propiedad privada de los fármacos por encima del derecho a la vida de los
contribuyentes enfermos.
No es necesario imaginarlo. Está sucediendo. Tres millones de viviendas,
más las que hay en construcción, destinadas de antemano a no ser habitadas,
son como tres millones de vacunas contra la polio inmovilizadas en un país
de poliomielíticos. El tamaño del disparate es colosal, aunque lo tenemos
tan cerca que sólo somos capaces de ver aspectos parciales de él. Cuando
nos coloquemos a la distancia ideológica adecuada para observarlo en toda
su dimensión, los especuladores ya estarán traficando con otro bien de
primera necesidad amparados por el Gobierno de turno.
Qué mundo.