TAUROMAQUIA O DEL PERFECCIONAMIENTO DEL SADISMO
Un análisis de los eufemismos usados en el discurso taurino y de la inconsistente y arbitraria argumentación de sus defensores, revelará a esta tortura reglamentada como una de las mayores mascaradas de la sociedad del espectáculo, a la vanguardia en la creación de simulacros. Tortura maquillada para ocultar las miserables realidades de un negocio que promociona la violencia incluso por canales mediáticos.
PRIMERO
- Las cuerdas vocales de los caballos de los picadores están seccionadas, para evitar que los relinchos de dolor molesten cualquier sensibilidad del público.
- Los riñones del animal en el burladero son golpeados con sacos de arena (para restarle fuerzas).
- Unos purgantes suministrados a la sazón le merman las fuerzas.
- Sus pezuñas son untadas con aguarrás, produciendo quemazón para hostigar su natural cachazudez.
- Los ojos son engrasados con vaselina.
- Torundas de algodón taponan la nariz del toro para aumentar su fatiga.
- El peto utilizado para cubrir a los caballos se utiliza no como protector de golpes y cornadas, sino para evitar que el público pueda ver la rotura de la pared abdominal del mismo y la salida de las tripas.
- Los últimos momentos del tormento llegarán con aceros cortantes y punzantes, totalmente legalizados en el Reglamento taurino, en sus artículos. 63 y 64, pues España es el único país donde se institucionaliza la TORTURA.
El toro de lidia
Su ‘nobleza’ reside en la manipulación por parte de los ganaderos para obtener un animal que, ante el peligro, ataque sin pretender la huida. Genéticamente se buscan toros con mucho peso y poca fuerza, por si los puyazos del picador en el tercio de varas de la corrida, o los arpones en el tercio de banderillas -amén de las ilegales pero usualmente empleadas prácticas previas-, no fueran suficiente para quebrantarlo.
No hay, en realidad, un Bos taurus de lidia, porque no existen caracteres psicológicos ni morfológicos propios diferenciadores que se perpetúen hereditariamente. Por eso, hasta la sanción del nuevo Reglamento Taurino -que lo prohibió para favorecer los intereses de los ganaderos específicos-, se utilizaban en las corridas toros destinados a alimentación, algunos tan fuertes como los criados para la lidia.
Cualquiera de éstos podría ser un Civilón, corrido en 1936 en Barcelona: Mientras recibía las heridas del picador, la voz familiar del campesino que lo había cuidado y lo llamaba con desesperación, hizo que Civilón acudiera a él en pos de cariño y salvación. Obligado a proseguir la lidia, dos veces más se retiró para reencontrarse con su amigo hasta que fue por fin ‘indultado’. No es el único caso.
En libertad, este herbívoro manso sólo combate contra otro frente a una vaca en celo. Empuja las testuces -no los cuernos- hasta que su contrincante cede. Sólo cuando es aislado de la manada se asusta y entonces usa sus cuernos no por bravura sino por miedo.
Así es como sale a la arena, aterrado, encontrándose ante el único elemento móvil representado por la capa en vuelo. Estímulo al cual responde embistiéndolo ingenuamente en la lucha por aliviar el dolor que está sufriendo. Esto es aprovechado por el torero para que no se fije en él, que permanecerá inmovilizado hasta donde le sea posible. De cerca y por los lados, muy poco es lo que ve el toro: Los banderilleros entran por estos ángulos muertos de la visión y los toreros se quedan cerca porque es la zona más segura. Las ‘banderillas’ son arpones de acero que se engarfian en la carne y la horadan con toda la saña que llevan quienes las clavan.
El fraude tauromáquico reside en garantizar, disminuyendo a una de las partes, que la otra la destruya con crueldad. El dolor en el cuello provocado por las profundas heridas, que al igual que la hemorragia se agravan con el movimiento del animal, lo obliga a bajar la cabeza, posición indispensable para que el valiente torero pueda clavarle la espada. Aquéllo de que el toro no sufre es una farsa tan insostenible desde lo biológico que referirse a la ‘bravura’ y la ‘entrega’ de un animal acuciado por el dolor y la imposibilidad de huir es una burla más que lamentable.
La vida en las dehesas dista de las escenas bucólicas de las que dan parte los taurinos. Separación temprana de la madre, marcado con hierros candentes, chapas clavadas en las orejas, jornadas ‘de acoso y derribo’. Una alimentación deficitaria que habitualmente los mantiene enfermos de tuberculosis, nefritis, pleuresía, parasitosis severas de hígado e intestinos: un 48% de animales enfermos según revelan las autopsias post-lidia.
El ‘matador’
Figura prefabricada que sabe sobre la ausencia de una lucha sincera con el animal en igualdad de condiciones. Engalanado con el traje de luces para enfrentar al ‘toro bravo’, un ser maltratado, desnutrido, martirizado y con la desesperación de saber que se está jugando la vida, tendrá, por las dudas, una cuadrilla que entrará al ruedo para defenderlo en caso de imprevistos. Aunque el final tiene poco de fortuito.
En general de origen humilde, aplausos y dinero serán provistos por una actividad considerada, en la mayoría de los países del mundo, como un acto de crueldad. Se lo ha querido envolver con una halo de virilidad, a pesar de su indumentaria afeminada y su comportamiento de héroe artificial ligado al rótulo de ‘novio de la muerte’. Cientos de actividades en el mundo son más capaces de generar viudas y ninguna se asocia con un supuesto erotismo masculino, más bien un lugar de ruptura del goce, donde el torero se construye falsamente como hombre valiente, apuesto y seductor.
Los críticos taurinos suelen hoy lamentar la creciente frecuencia con que los toros se derrumban. Y es porque a la tortura reglamentada suele agregársele otras previas a la salida al ruedo: administración de tranquilizantes, laxantes, palizas, vaselina en los ojos, algodón en las vías nasales, cortes en las patas que luego se rocían con aguarrás o amoníaco para que el dolor lo paralice y otras atrocidades por el estilo.
También el ‘afeitado’ de los cuernos que traumatiza por el intenso dolor cuando se hace sin anestesia y que si hecho con ella, lleva a que el animal se quede corto al sentir más largas sus astas. Su suerte está echada de antemano. Sus errores son atribuidos, en el discurso radiofónico y para dejar intacta la imagen del torero, al inocente animal. Es un combate contra una fiera sin colmillos obligada a una lucha con trampas meticulosamente calculada para su derrota.
Cristina Sánchez, la mujer torera que el año pasado se retiró atacando el machismo imperante en el medio, es un ejemplo de mujeres accediendo a los núcleos tradicionalmente masculinos. Este tema plantea a las mujeres de hoy una cuestión fundamental: La liberación de la mujer, ¿es un camino hacia los esquemas de opresión construidos por los hombres, desde donde oficiará a su vez de opresora ? ¿O llegará a ellos para forzar una transformación de la que también muchos hombres son partícipes ? ¿Se convertirá en legisladora para sostener la violencia de la que sigue siendo víctima o trabajará para eliminarla?
El espectáculo
‘De salutis gregis domici’ es el nombre de la Bula que en 1567 publicó el Papa San Pío V condenando las corridas como festejos más propios de demonios que de hombres, sentenciando a excomunión a quienes los consintieran o presenciaran y hasta negando sepultura cristiana a quienes murieran en la lidia. En España, el absolutista Felipe II se las arregló para que la Bula no fuera aplicada, lo que es fácil de explicar con un Estado Pontificio que necesitaba el apoyo de un imperio que en ese entonces dominaba medio mundo. Los Papas posteriores prefirieron enmendarla. No se conoce la excusa que los actuales clérigos que concurren a las plazas dan, sobre todo con las declaraciones del actual Juan Pablo II acerca de la existencia de alma en todos los animales.
Tal vez sea para apoyar los cristianos sentimientos de los aficionados, que realizan estas actividades en nombre de la virgen de la Macarena, la virgen de la Soledad y del Jesús del Gran Poder. En el s. XIX O’Higgins las abolió de un plumazo al libertar a Chile, junto a la esclavitud y las peleas de gallo. En Argentina están prohibidas por ley nacional, lo que no obsta a que el Club Español las haya propuesto en Villa Gesell unos años atrás.
Se practican hoy en estilo español en Venezuela, México, Perú y Colombia, Ecuador, España, Francia y Portugal. Y estilo bufo o local (semi-rodeo y en donde en el pasado se han tratado, y fallado, de instalarlas estilo español) en Costa Rica, Panamá, Honduras, Nicaragua, Bolivia, Rca. Dominicana, Hong Kong, Egipto y algunos países de Europa Oriental. En México además se adiciona la novillada, donde las víctimas son terneritos de pocas semanas de vida. En las llamadas bloodless bullfights, corridas sin sangre, legales en muchos estados de EE.UU., los animales son atormentados, burlados y aterrorizados, y aunque no se los mata durante el sádico espectáculo, son con frecuencia muertos inmediatamente después.
La corrida es un monumento a la simulación. Comenzando por el hecho de que ningún toro daría su consentimiento para una lucha tan absurda, incluso si se hiciera en igualdad de condiciones.
Los niños aún ‘no preparados’ que son llevados por sus padres para que ‘adquieran experiencia’, suelen llorar y taparse los ojos con espanto. Se les enseña que al toro ‘no le duele’ y que ‘el toreo es un arte’. Inconscientemente ese niño termina asumiendo que la tortura y la sangre que brota del animal no significa nada y en el largo plazo eso es muy grave en un país como Colombia en donde la vida vale muy poco, dijo Alvaro Posada, Director para América Latina de la Sociedad Humanitaria Internacional. La diputada catalana Pilar Rahola, al pedir al Congreso en 1999 que se prohiba la entrada al espectáculo taurino a los menores de 14 años, expresó que el Estado español está anclado en el pasado bajo el epígrafe de un patrimonio cultural. Heridas sangrantes, dolosamente provocadas en el cuerpo del animal, son así vaciadas de tragedia. Eufemismo: el arte de la tauromaquia. Las emociones que brinda este arte son las propias de una exposición de torturados.
De origen militar, el toreo tiene antecedentes en los cuerpos de caballería llamados lanceros, que utilizaban en sus prácticas manadas de toros y vacas. No sólo en España y Francia, sino en otros países como Inglaterra e Italia, donde no sobrevivieron al pasado siglo XX.
En España, el absolutista Fernando VII, junto al cierre de las Universidades y la prohibición de la constitución liberal, restauró las corridas para un público sediento de violencia. Entonces los toreros corrían algunos riesgos. Los caballos eran víctimas en el ruedo de atroces escenas hasta la muerte y aún hoy se les corta las cuerdas vocales para silenciar gritos de dolor. Progresistas y republicanos han solicitado varias veces la supresión de las corridas, apoyados por filósofos y escritores como Miguel de Unamuno, Santiago Ramón y Cajal, José Ferrater Mora, Félix Rodríguez de la Fuente, Miguel Vincent, Jesús Mosterín, Rosa Montero, y, por supuesto, por los miles de anónimos que individualmente o dentro de asociaciones defensoras de los animales, trabajan desinteresada e incesantemente para abolir la pregonada y protegida por Franco como ‘fiesta nacional’.
En España la actividad taurina es sostenida con fondos públicos a pesar de que, según diferentes encuestas, la mayoría de los españoles no adhieren a la misma. Según una publicada en La Vanguardia, Barcelona, del 11 de noviembre del 98, el 97% de los españoles aseguran no tener afición a las corridas. Ya en 1984 la encuesta del prestigioso Instituto Gallup mostró que había un aficionado por cada 6 personas, que pertenecían principalmente a las clases más modestas y que la relación era aún menor entre los que tenían entre 15 a 24 años.
En lugar de partidas presupuestarias específicas, la ayuda oficial se imparte con subvenciones a los ganaderos -los toros muertos se comercializan a pesar de que su carne ha sido reiteradamente señalada como peligrosamente tóxica para el consumo humano- ; gastos en promoción turística -a pesar de que cada vez más los turistas repelen las corridas- ; asignación de dinero para fomento de actividades taurinas ; propiedad de las plazas de toros que son mantenidas por el Ayuntamiento y derechos de retransmisión de las corridas en cadenas televisivas, incluso en horarios aptos para que los niños aprendan lo que ciertos adultos se han adjudicado el derecho a hacer. Montar un teatro de crueldad donde los que sufren son los únicos a quienes no les interesa participar. Unos 35.000 toros por año -sólo en España-, torturados hasta el último soplo y cientos de caballos atrozmente mutilados, desechados después de algunas corridas y a veces muertos.
Una de las mejores definiciones de la tauromaquia la ha dado en 1980 la UNESCO al decir que es ...el malhadado y venal arte de torturar y matar animales en público y según unas reglas. Traumatiza a los niños y los adultos sensibles. Agrava el estado de los neurópatas atraídos por estos espectáculos. Desnaturaliza la relación entre el hombre y el animal. En ello constituye un desafío mayor a la moral, la ciencia y la cultura.
El público
Las corridas, se dice son un medio de embrutecimiento de las masas. Pero también son ocasión, cuando coinciden con fechas de fiestas españolas locales, para obtener la foto en los sociales.
El porcentaje de aficionados es verdaderamente reducido y el 90% de los turistas, horrorizados, no regresa. Los incidentes de violencia son habituales en los anales taurinos. Como dato histórico, el 25 de julio de 1835 (San Jaime), en Barcelona, turbas de la plaza de toros de Condal, donde se había hecho una mala corrida, desencadenaron una serie de vandalismos que culminaron con una matanza de sacerdotes, lo que llevó a que la plaza se clausurara por 15 años.
El público participa de una ceremonia de dominio ficticio sobre un ser fuerte y hermoso, sojuzgado y llevado a ejecución. La masacre se enmascara con eufemismos. Un morrillo ‘mondo’, en lugar de destrozado. ‘Parear’ en vez de clavar instrumentos para causar dolor. ‘Concluir mal la faena’, cuando en vez del corazón la espada alcanza los pulmones y no lo mata, lo que resulta habitual por la impericia reinante y por el lugar poco accesible en que el corazón se halla dentro del tórax.
En estos casos se habla de ‘marear’ al animal, presentándole capotes a derecha e izquierda. La finalidad no es el mareo sino que el estoque dentro del tórax al moverse haga una verdadera carnicería. El ‘descabellado’ se usa para seccionar la médula y paralizar completamente al animal. La sección suele ser parcial dando lugar a horribles agonías durante las cuales se obtienen los ‘trofeos’: las orejas o el rabo que se le cortan a un animal casi siempre consciente.
La miseria del mundo
El espectáculo taurino propicia el aniquilamiento de la compasión de quienes participan y presencian la matanza, con vías a ocultar y/o tergiversar, los miserables detalles de su montaje. Com-pasión, que no significa lástima sino sentir con. Ponerse en el lugar del otro y padecer con él, com-padecerlo.
Capacidad que el ser humano posee independientemente de que la ejerza o no, y que es atacada de sentimentalismo por los cultores de ruindades ajenas, etiquetadas de tradicionalismo. Una sensibilidad alerta no podrá, sin embargo, anestesiarse, y en la configuración escénica del espacio-tiempo de la corrida, percibirá apesadumbrada la angustia de la muerte de quien es usado por simple divertimento. Sólo para los actores humanos hay representación, porque este ‘juego’ significa para el animal la pérdida de lo único que tiene y quiere: su propia vida.
El escritor y músico Paul Bowles lo expresó con claridad en un reportaje póstumo, al decir que la razón por la que quería seguir viviendo es que era un animal, y todos los animales quieren prolongar la vida a costa de lo que sea.. No sólo la compasión está ausente, sino también la ética que deriva del uso de la razón humana, instrumento útil también para deducir que el dolor provocado voluntariamente es un mal moral, porque hay un acto específicamente provocado para causarlo.
Junto a las numerosas fiestas populares españolas en las que se martirizan animales en medio de voluminosos gritos y agresivas borracheras, las corridas, en cualquier lugar del mundo, conforman una vergonzosa, cruenta sesión de tortura maquillada de costumbre, embebida de simulacro. Un espectáculo particularmente cruel, como sólo es capaz de planear el animal humano.