Un día cualquiera, verano. Los niños por fin no tienen colegio y sus múltiples obligaciones escolares que no les dejan tiempo para bajar a jugar, quedan atrás. Ahora todo el tiempo es para jugar, bañarse en la piscina, descansar. Algunos de los padres de estos niños, de horarios imposibles pueden, de vez en cuando bajar y disfrutar con sus hijos y del frescor de la tarde bajo el soportal. No mucho tiempo, ya que las múltiples obligaciones domésticas que quedan sin hacer durante la jornada laboral están esperando y no quieren que otro día más, la jornada termine a la una de la mañana haciendo cosas ya que a las 6.30 toca diana el maldito despertador.
La mayoría de los adultos centra su vida en sus hijos y sus quehaceres diarios prestando poca o nula atención a lo que los demás hacen o dicen y mucho menos a todos los detalles insignificantes y no por ello menos importantes de nuestras zonas comunes. Los soportales, hoy por hoy son de los pocos sitios a la sombra en los que te puedes sentar o al menos apoyar.
Su atención se centra, aunque sea a distancia y no dentro del agua, en el bienestar de sus hijos, sabiendo, que además de mucho amor y muchas atenciones también necesitan independencia.
Fdo. Otra vecina, desde la ventana discreta y la vigilancia exclusiva de lo que hacen sus hijos.