Buenas a todos. Vengo a contaros mi experiencia con Reggio, especialmente con el trabajo de la dirección.
Para que me conozcáis un poco, fuí el primer profesor contratado no socio del colegio con lo que viví el día a día de Reggio desde el principio. Fuí profesor de mi materia toda la ESO y tutor de uno de los cursos.
Entré en el proyecto con toda la ilusión del mundo, estuve yendo a diario al centro durante todo el verano para ayudar a montarlo (todavía no tenía ningún contrato). En ese tiempo estuve lijando palés para el patio, ayudando a poner el césped artificial de la biblioteca, montando muebles, moviendo temas como el mantenimiento de los ascensores, el internet etc, hasta ponerme con varios compañeros a recoger los escombros que había desperdigados en el patio. Estábamos movidos por la ilusión, era un proyecto nuevo que representaba todo lo que esperábamos de la educación, estábamos construyendo el proyecto educativo con el que soñamos. Para mí terminó siendo una pesadilla.
A nivel infraestructural, la dirección se centró completamente en infantil y primaria, mientras veía cómo la secundaria tenía el menor presupuesto y poco interés. Por poner un ejemplo, para montar el patio se invirtió una cifra MUY elevada, en comprar una quincena de triciclos, carros y carretillas para los alumnos de infantil y primaria, mientras que para secundaria sólo había una zona “chill out” montada con los palés que habíamos estado lijando. No era un lugar de descanso y desconexión para un adolescente. Para solventar esto, la dirección permitió a los alumnos de 3º y 4º de ESO salir durante los recreos a los distintos supermercados que había en la zona, todo ello sin supervisión de ningún adulto (teniendo que cruzar dos calles) y sin consultar con los padres previamente. Cabe mencionar que, por ley, no está permitido que ningún menor de 16 años salga del centro sin un adulto y, para los menores de 18 años, sin una autorización escrita de sus padres.
A la hora de comprar las mesas se optó por comprar una serie de patas en IKEA y encargar unos tableros de DM de 1cm de grosor, era rara la semana en la que no se rompía una mesa. De hecho, en mi aula de 14 alumnos, para navidad sólo había 4 mesas. No os hacéis a la idea de los malabares que tenía que hacer para organizar a los alumnos en los exámenes.
El momento del comedor era otro caos. En el año que estuve, pasaron por el colegio 4 cocineros (5 si contamos a la pobre señora de la limpieza que también la ponían a los fogones hasta que dijo basta). De hecho, varios profesores nos pasamos la primera semana turnándonos para hacer de pinches en la cocina porque no se daba abasto. A parte, no creo que una kiche de espárragos sea el mejor menú para unos chicos que están el primer día en su cole nuevo, con compañeros nuevos y con una mezcla de miedo e ilusión; se convierte en un infierno. Incluso, hubo días en los que yo me quedé sin comer porque no había comida suficiente para el turno de secundaria (y prefiero quedarme yo sin comer antes de que uno de mis chicos se quede con hambre).
Mientras tanto, seguíamos sin licencia y con serios problemas de disciplina y sin un Reglamento de Régimen Interno escrito. Todo era improvisado en el momento.
Los ordenadores que se prometió que iban a estar para principio de curso, no llegaron hasta enero, con lo que tenía que plantear una clase en la que se me forzaba a usar elementos multimedia sin un soporte digital (hasta el punto que los primeros meses de clase no teníamos internet en el centro y tenía que usar el mío propio de mi móvil para poder impartir clase). Mientras tanto, tampoco había material de escritura para reponer y los alumnos no tenían ni bolis, por no tener, los alumnos de 4º de ESO no tenían ni siquiera pizarra.
En el ansia por acoger alumnos se llegó a un momento surrealista en el que, en secundaria, el número de alumnos con Necesidades Especiales Educativas superaba, e incluso duplicaba, al ratio máximo permitido por clase para un aula de 25 alumnos (y estamos hablando de grupos que ni se acercaban a los 20). Algunos de ellos, alumnos que realmente necesitaban un centro que pudiese abordar sus necesidades debidamente, para lo cual nosotros no estabamos preparados. A lo largo del curso contínuamente llegaban alumnos que pasaban unos días “de prueba”, lo que interrumpía el ritmo de la clase y rompía las dinámicas y el sociograma de la clase.
He mencionado anteriormente los problemas de disciplina, por dar algunos ejemplos de la falta de criterio y de imparcialidad. Uno de los alumnos agredía físicamente a diario a los demás alumnos. El punto de inflexión llegó cuando agarró a un compañero y empezó a golpearle la cabeza contra la mesa. Yo mismo tuve que salir corriendo de mi clase para separarles. Durante dos semanas, este alumno altamente violento, permaneció en el aula de infantil, desconozco si los padres de estos niños eran conscientes de la situación, hasta que, finalmente, fué expulsado del centro.
En contraste, tenemos otro episodio en el que varios alumnos subieron a la azotea del edificio y comenzaron a lanzar o dejar caer piedras. De todo el grupo que estuvo, tan sólo se expulsó como cabeza de turno a un alumno cuya madre colaboraba en el centro y que mostraba abiertamente su postura crítica ante ciertas actuaciones. Cabe mencionar que yo era tutor de todos ellos y en ningún momento se me informó de lo sucedido ni se me permitió estar en la reunión con la familia cuando se les comunicó la expulsión de su hijo.
A nivel pedagógico, en mi estancia como profesor, durante el primer mes ví como la directora del centro suspendía mi libertad de cátedra y me privaba de mi obligación de guardia y custodia de las pruebas de evaluación, secuestrando unos exámenes en los que las notas eran especialmente bajas y en los que había dejado comentarios personalizados a los alumnos dándoles consejos para mejorar su forma de estudio y de preparación de exámenes. El argumento de la directora fué que quién era yo para poner esos comentarios y que esas notas eran demasiado bajas como para que las vieran los padres.
El centro estuvo “vendiendo” los grupos conjuntos con la excusa de que así avanaba más rápido el aprendizaje y había colaboración entre unos y otros alumnos, pero realmente es porque no se llegaba al mínimo de alumnos para formar un grupo y que inspección lo aprovase. Esto podía funcionar de mejor o peor manera en las etapas de infantil y primaria, sin embargo en secundaria era completamente inviable, primero porque las anteriores etapas se dividen en ciclos de dos años, mientras que en secundaria tienen unos objetivos anuales por curso y que pueden tener grandes diferencias tales como la imposiblidad de explicar de forma conjunta la Prehistoria a 1º de ESO mientras se trabaja la Edad Media con 2º. Por no mencionar las asignaturas que cambian de un año para otro, lo que nos hizo llegar a tener 4 horarios distintos a lo largo del curso además de numerosos cambios por la dimisión, despido y contratación de nuevos profesores para ajustar el horario.
También observé cómo existía un doble rasero según el nivel económico de la familia en cuestión, ya que se me llegó a obligar en el claustro a ampliar por tercera vez el plazo de entrega de un trabajo de recuperación trimestral de un alumno, justificandolo con el nivel económico de su familia, habiendo pasado dos meses de la fecha de entrega en la que sus compañeros lo entregaron (dicho trabajo consistía en leer 15 páginas de un libro con dibujos y hacer una presentación online).
Siguiendo con esta línea de actuación, la dirección me pidió que aprobase a un alumno cuya nota más alta no superaba el 2 en la calificación, con verdaderos exámenes en blanco, solamente porque no iba a hacer bachillerato. Soy consciente de que se falsearon las calificaciones finales y mi firma al estar de baja en el mes de junio.
Por seguir mencionando algunas de estas malas actuaciones por parte del centro, está el que la dirección, ante las quejas de los alumnos por sólo tener fruta durante el recreo y solicitar que se hiciesen bocadillos, se llegó a permitir que varios alumnos de 4º de ESO bajasen a la cocina entre 15 y 20 minutos antes de terminar una clase para preparar los bocadillos en cuestión.
Si pasamos ya al plano laboral, se que a muchos de vosotros puede que no os interese, pero creo que es una muestra de cómo se ha comportado el centro con sus trabajadores y que sirve para ilustrar la gestión del mismo.
Ya he mencionado que yo estuve todo el verano de 2017 acudiendo diariamente al centro para ayudar a montar el proyecto. No fué hasta diciembre, coincidiendo con una inspección laboral, que se nos entregó a mí y a mis compañeros el contrato para firmarlo con fecha de 12 de septiembre. En dicho contrato, aparecía que yo tenía 7 horas de docencia semanales, pero no contaba ningún tipo de guardia de patios y comedor, sustitución de compañeros (las cuales en los primeros meses eran realmente numerosas, sobre todo de los profesores que eran inversores del centro), vigilancias de planta, los llamados “Talentos”, la ampliación de horario dos días a la semana y las guardias de ludoteca de los viernes y los claustros semanales desde las 6 de la tarde hasta las 11 de la noche, un total de 35h semanales. Según una gestoría, mi salario debería ser de entre 1100€ y 1300€ según el convenio. El mes que más cobré apenas llegó a los 400€. De hecho, en varias ocasiones escuche directamente a la dirección jactarse de que había profesores que pedían el salario según convenio como si de un mero chiste se tratase.
He visto cómo compañeros que habían sido mis maestros en mi especialización en educación se veían saturados y acababan dimitiendo, así como salidas y llegadas de nuevos compañeros prácticamente cada mes, de hecho, en secundaria se pasaron cerca de dos meses sin un profesor de inglés y, por tanto, sin cursar la asignatura.
El hecho de que la oficina de dirección estuviese en el comedor y fuese completamente acristalada, hacía imposible cualquier tipo de intimidad a la hora de tratar los temas laborales, incluso, en mi propia experiencia, mis propios alumnos vinieron a preguntarme después de una discusión sobre mi nómina que tuve con la directora en su despacho a la hora de la comida y que toda secundaria vió.
Por otro lado, el obligarnos a trabajar sin libro de texto de referencia supuso que, al llegar a mi casa, debía ponerme a escribir 4 libros de texto a la vez, uno por curso, a contrarreloj para preparar la lección del día siguiente y poder poner los contenidos a disposición de los alumnos. Raro era el día que llegaba al aula a las 8 de la mañana habiendo dormido más de 4h.
Los comentarios cuestionando nuestra profesionalidad, nuestros métodos de trabajo y que una persona que está formada para la docencia en infantil, que realmente no conoce ni las necesidades ni la forma de pensar de un adolescente o la forma de trabajar con ellos, nos dijese contínuamente qué estábamos haciendo mal, generaba un estado de hostilidad contínuo hacia los profesores de secundaria, generando una diferencia tanto de calidad como salarial entre los profesores contratados SIN hijos, los profesores contratados CON hijos (a los que su escolarización en Reggio o en la guardería se usaba para pagarles menos y mantenerles en el centro) y los profesores inversores del centro.
Esta situación hizo que, desde el mes de abril, me sucedieran los episodios de ansiedad, llegando a sufrir el 31 de mayo de 2018 dos ataques de ansiedad en pleno aula que se sumaban a la quincena que llevaba en esa misma semana. Esa misma tarde mi médico me prohibió acercarme al centro y me dió la baja.
Sin embargo, mi pesadilla con Reggio no termina ahí. Desde abril empecé a reunirme con los abogados de UGT para presentarles mi situación laboral. A la chapuza del contrato (ilegal, ya que estaba contratado a fin de curso cuando el convenio establece que los profesores deben tener contrato indefinido) hay que sumarle un despido improcedente masivo a día 22 de junio, cuando el ministerio establece el final de curso y la realización del cierre de actas de ese año el día 28. Con lo que acabó en demanda y que el propio centro propuso una negociación ante la, más que probable, pérdida del juicio. Como dato, este despido se hizo durante mi tiempo de baja y en ningún momento firmé las actas de mi asignatura y el centro me exigió los exámenes del curso de cuya custodia como profesor soy el responsable, dejando la puerta abierta a que pudiera darse la posibilidad de algún tipo de alteración en las calificaciones finales, algo en lo que no quisiera pensar.
Ha pasado más de un año y sigo con tratamiento para ansiedad, depresión, TEPT, fobias y terrores nocturnos (concretamente tomo Sertralina, Lorazepam y Deprax varias veces al día). Lo que más me duele es ver cómo Reggio me ha arrancado la vocación por la docencia que tenía desde los 14 años, a lo que he dedicado gran parte de mi vida y en lo que me esforzaba pensando que a través de ello podría ayudar a crear un mundo mejor. Y de esto no tienen ni pizca de culpa los alumnos, al contrario, son una víctima más porque les afecta a la calidad de su formación y al tipo de persona que serán el día de mañana. Si no me quieren creer, adelante, pero las demandas y los partes médicos están ahí.
Tengo 29 años y mi experiencia en Reggio me ha producido verdadero pánico a trabajar en un centro educativo.
De verdad, soy yo el primero al que le duele todo esto y quien desearía no tener que escribir estas líneas. Reggio era un proyecto en el que confiaba al principio y tenía más ilusión que nadie, pero poco a poco fue decepcionándome, pero seguí hasta que mi cuerpo no pudo más, no por mí ni por el centro, sino por los alumnos con los que yo tenía un compromiso y una responsabilidad.
Pido disculpas por la longitud del mensaje, he intentado ser lo más escueto que he podido y he dejado muchas cosas en el tintero. Si alguien quiere preguntarme cualquier cosa, simplemente que me lo diga por privado.