Si, se que todos los días mueren gente en el mundo de forma trágica y permanecemos indolentes antes las mismas . Es más, muchos niños mueren en el mundo de hambre siendo ignorados por sociedades que dicen avanzadas . Muchas personas dependientes , ancianos y enfermos mueren en la más absoluta de las soledades siendo ajenos a sus dolores psíquicos como físicos. Si, lo sé. Pero honrar a los fallecidos de tan trágico accidente, no pretende hacer discriminaciones con las tragedias que suceden en el resto del mundo. Ojalá, que cualquier muerte de todo inocente, tuviera la repercusión mediática que rodea un accidente de esta envergadura. La solidaridad con el dolor de los demás, también es un acto de educación que debe ser reforzado a diario para crear sociedades más solidarias . Existen personas que se educan en el amor al prójimo realizándose plenamente, suelen ser las que menos necesitan materialmente.
Para los que sufrís la perdida de algún ser querido, os dejo estas dos parábolas que pueden reconfortar vuestro espíritu.
Reflexiones sobre la muerte. Dos parábolas budistas
Parábola de las semillas de sésamo “
Una joven y afligida madre, lamentando la muerte de su bebé, busca consejo en Buda. La mujer explica a Buda su insoportable pesar y su incapacidad para reponerse a esa devastadora pérdida. Buda le pide que llame a todas las puertas del pueblo y pida una semilla de sésamo en cada casa en la que no se haya conocido la muerte. Después, deberá traérselas a él. Ella, obediente, va de puerta en puerta y, mientras sale con las manos vacías de cada una de las casas, comprende que no hay ningún hogar que no haya sido azotado por la muerte. La mujer regresa donde Buda sin semilla alguna, y Buda le dice lo que ella ya ha comprendido: que no está sola. La muerte es algo que alcanza a todos, a cada familia. Es sólo una cuestión de tiempo. Lo que es inevitable, le dice el maestro, no debe lamentarse en exceso.
” Parábola de la taza de té vacía “
Otra parábola budista nos enseña a afrontar la muerte con ecuanimidad. Un monje tenía siempre una taza de té al lado de su cama. Por la noche, antes de acostarse, la ponía boca abajo y, por la mañana, le daba la vuelta. Cuando un novicio le preguntó perplejo acerca de esa costumbre, el monje explicó que cada noche vaciaba simbólicamente la taza de la vida, como signo de aceptación de su propia mortalidad. El ritual le recordaba que aquel día había hecho cuanto debía y que, por tanto, estaba preparado en el caso de que le sorprendiera la muerte. Y cada mañana ponía la taza boca arriba para aceptar el obsequio de un nuevo día. El monje vivía la vida día a día, reconociendo cada amanecer que constituía un regalo maravilloso, pero también estaba preparado para abandonar esté mundo al final de cada jornada.”