Sin entrar en las cuestiones muy concretas que plantea ragarrin, estoy de acuerdo con el planteamiento de algunos padres que han intervenido relativizando el el tipo de colegio que sea; que si público o privado, religioso o laico, proyecto educativo, etc. Y es que hay otras cosas aparentemente secundarias pero que pueden ser decisivas a la hora de matricular a nuestros hijos en uno u otro Centro, que pueden ir desde su cercanía al domicilio a que los chicos tengan amigos en él, por ejemplo. Hay que tener en cuenta, como viene a apuntar uno de los padres, que en la educación juegan un papel esencial cuestiones que poco tienen que ver con el colegio y que, a la postre, nos educamos a nosotros mismos, que uno se educa y el llamado educador, el profesor o el colegio, participa solo con una modesta contribución, como escribe Hans-Georg Gadamer; educar es educar-se.
Me parece que ese es un buen punto de partida para valorar imparcialmente un colegio como el Antamira. En sustantivo, parte de mi educación lo ha sido en colegios religiosos, uno de ellos católico, y no tengo prejuicio alguno que afecte a ninguna de las religiones del mundo de las que tengo noticia y tampoco, en el caso de las que conozco más, en lo que se refiere a su intervención en la enseñanza con sus diversos enfoques. Sin embargo, tengo algunas reservas sobre los colegios regidos por algunas organizaciones católicas, o bien por aquellos colegios en los que dichas organizaciones pudieran tener influencia aun no teniendo la titularidad, precisamente a causa de la prevención que suscitan desde hace unos años.
En este tipo de Centros no hay una gran exhibición de simbología religiosa ni se hacen con frecuencia pomposas ceremonias en sus capillas; tampoco se insiste demasiado en el ideario del centro sobre aspectos religiosos. Si unos padres muestran alguna inquietud sobre ellos se les tranquilizará; la religión se muestra como una opción más. En una cierta medida esto es verdad. La influencia o acción de estas organizaciones es sobre algunos alumnos y sus familias y no sobre el conjunto de matriculados en el colegio. Puede llevarse a cabo sobre alrededor de un veinte por ciento del alumnado y que al final resulten afectados determinadamente serán un diez o un quince por ciento a lo sumo. Es un trabajo sutil y paciente que abarca todo el periodo de escolarización del alumno en el colegio.
Podemos preguntarnos si este mayor seguimiento y control intenso del alumno puede llegar a ser sofocante y perjudicial para el mismo en cuestiones que afecten tanto al desarrollo de su personalidad como a su rendimiento académico. En lo que conozco puede afirmarse categóricamente que no; antes al contrario, es muy positivo. En los alumnos mayores, de los cursos superiores, se da ya una autoconciencia de la propia particularidad respecto al conjunto de compañeros y un juego tácito entre los afines de sobreentendidos, común discreción e incluso doblez que les resulta fascinante y constituye un estímulo suplementario.
La matizada reserva a la que me refería al principio tiene que ver con característicos procesos psicológicos propios de la adolescencia y que afectan más acusadamente a personalidades con unos referentes externos en continua exigencia de aceptación, de modo que las conocidas reacciones exageradas y provocativas del adolescente pueden ser aquí, en estos alumnos, más impredecibles. Un efecto rebote muy fuerte, en particular sobre los padres; por eso se da tanta importancia al trabajo sobre ellos y la familia en general.
Naturalmente, esto se ha dado en todas las épocas y en circunstancias diversas. Recordar, por ejemplo, una familia judaizante, criptojudíos, que es denunciada al Santo Oficio por el hijo adolescente converso al catolicismo simplemente por llevar la contraria; pero que se lleva la familia por delante.
Reacciones de este tipo lo único que pueden hacer es amargarnos alguna tarde. Así pues, esta reserva no supone una objeción seria para llevar a nuestros hijos a un colegio del tipo el Antamira.
Otra cosa es que este tipo de colegios estén subvencionados por el Estado, que tengan un concierto educativo, en lo que estoy radicalmente en contra.