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La tierra para el que la recalifica
• Miguel Julián González, de 68 años, agricultor de Seseña (Toledo), lucha por conservar las tierras que su padre y su familia han sudado desde 1940.
Reportaje por: Luis Rendueles
Fotografías por: Pablo Vázquez
25/09/06
Mi padre empezó a trabajar en las tierras de El Quiñón después de la guerra. Era secano y lo cogió en arrendamiento”. Miguel Julián González, también agricultor, media vida en los mismos campos de cebada, recuerda que “cuando empezaron, hasta tuvieron que tapar con las manos las trincheras de la Guerra Civil para poder trabajar”. No en vano, Seseña (Toledo) y los terrenos que hoy son la sede del imperio del constructor Francisco Hernando, alias El Pocero, fueron uno de los escenarios de la batalla del Jarama, decisiva en nuestra contienda.
Sesenta y seis años después, esos mismos terrenos son escenario de otra lucha “desigual” , como la define Miguel Julián González. Esta semana, un juez de Illescas (Toledo) decide si El Pocero debe pagar “daños y perjuicios” a los dueños de casi el 45 por ciento del terreno (unas cien hectáreas), donde ya está levantando más de 13.500 viviendas, una operación denunciada por Izquierda Unida ante la Fiscalía Anticorrupción y que generaría para el indómito constructor madrileño unos beneficios de 2.500 millones de euros, según la denuncia. La familia González reclama 115 millones de euros de indemnización.
Un poco de memoria resulta imprescindible en este caso. La familia González empezó a trabajar las tierras de El Quiñón en 1940. Recibos de pago por la renta –30.000 pesetas de las de entonces por año de labor– y por luchar contra las plagas de langosta así lo atestiguan. “Cuando era chico, a mi padre le ayudábamos los hermanos. Yo empecé con 11 años: lluvia, hielo, calor. Los primeros años nos íbamos al amanecer y volvíamos de noche. Comíamos allí y arábamos con mulas” . Años en blanco y negro, de racionamiento, sin registros mercantiles ni seguridad social. “Las mujeres iban incluso embarazadas a ayudar a quitar langosta. Les pagaban por langosta cogida. Mi padre llevaba en carro hortalizas y verduras a Madrid para venderlas” .
Miles de horas, de días en el tajo. De las mulas a los tractores. Del blanco y negro al color. Siempre entre cebada y trigo. Hasta 1991, cuando el dueño del terreno no quiere vendérselo y la familia recurre a los tribunales. Primero el juzgado, luego la Audiencia de Toledo y finalmente, en 1997, el Tribunal Supremo dan la razón a la familia de agricultores y ordenan al dueño, Enrique Lisardo, que le venda el terreno a un precio fijado por un perito. “Fueron años muy malos, de dolores de cabeza –recuerda Miguel– ; meterse en pleitos no es apetitoso, pero tienes que defenderte. Mi madre murió con 91 años, sufriendo, y decía: «Nos van a quitar El Quiñón». Se creía que nos arrollaban, y así es, la verdad”.
La familia siguió arando y cosechando la tierra, pero no conseguían que la sentencia a su favor se ejecutara. “Tardaron seis años en valorar la finca, fue un choteo”, asegura Miguel. En efecto, un perito judicial valora en 2003 El Quiñón, entonces rústico y en el que no se podía construir, en 411 millones de pesetas. “¿Quién compra a ese precio un suelo de secano? Ahí ya había algo”, asegura el agricultor. Lo cierto es que en 2003 todo cambia. Ese año muere Gonzalo, el cabeza de familia. “A mi padre al final ya no le decíamos cómo iban las cosas, tenía 103 años, pero al principio estaba enterado de todo. Al final de su vida no se fiaba de nadie, pensaba que todos le querían engañar”. Paula Mejía, la abogada de la familia, recuerda su lucha por motivar a los jueces: “Que se me muere mi cliente sin que le den sus tierras”, les decía. El 25 de abril de 2003, Francisco Hernando compró la sociedad Parque Tecnológico de Toledo y, con ella, El Quiñón a su antiguo dueño, Enrique Lisardo, sin hacer caso de las sentencias a favor de la familia González.
El 8 de mayo el Ayuntamiento (entonces gobernado por el PSOE) recalifica los terrenos y la junta de Castilla-La Mancha aprueba el plan de urbanización. Hernando lograba en un mes ser el dueño y el urbanizador del terreno. “Me pongo yo en el medio del campo y trato de hacer lo mismo a ver qué pasa”, apunta Miguel. Frente a El Pocero, los González trataron de seguir trabajando. “Nos puso una valla, no podíamos entrar y se perdió la cosecha. Luego empezaron a levantar los pisos”, recuerda Miguel.
La empresa de Hernando recurrió a la Audiencia de Toledo, que en 2005 decide que, como el Ayuntamiento ha declarado el suelo como urbanizable, los González no pueden seguir cultivando la tierra. Esa sentencia da argumentos a Hernando, que ha preferido no hacer comentarios sobre este asunto ante el ofrecimiento de esta revista.
La familia González protestó y sigue luchando. Pero es una lucha diferente a la que estaban acostumbrados. No era contra las heladas ni el granizo. La sentencia de 2005, recurrida ante el Tribunal Supremo, incluso apunta que estos agricultores podrían tener un fin especulativo en su lucha por los terrenos. “Antes luchábamos con la agricultura, hoy da asco verlo. Aquí hay todo un potaje. Se conoce que el dinero es muy goloso”, dice Miguel en alusión a las excelentes relaciones del constructor con el antiguo alcalde del PSOE y dos de los Hernando convocó a los González a una reunión. “Allí estaba él con sus hijos. No tuvo educación. No recuerdo mucho, pero sé que le contrarié en algo y me dijo: «Mira, yo si a mi mujer le echo un polvo, el polvo se queda echado pa’ ciento y un días». No nos ofrecía nada y yo pensé: «¿A qué nos llama?»”. Los González sabían ya desde entonces a quién se enfrentaban. “Al alcalde le dije: «Me dais pena si estáis en manos de este hombre»”.
Desde entonces, las hormigoneras empezaron a levantar la macrociudad, cuyos primeros pisos se entregarán el año próximo. “Pasó por encima de nosotros. Parece hasta mentira. En noviembre fue con dos de esos pistoleros que lleva y le dijo a mi sobrino: «Me estáis dando mucha guerra». Con este hombre no hay avenencia posible. Somos hormigas”. Hormigas contra hormigoneras. actuales concejales (uno trabaja en las obras de los pisos y otro tiene colocada a una hija en la empresa de Hernando). Pisando el poco terreno que le queda (ocho o nueve hectáreas) delante de edificios, Miguel González responde igual ante las noticias sobre los enormes yates del constructor, sus amigos políticos y toreros, sus apariciones en los programas de televisión.